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Vanesa Muela / Cantante y percusionista : «Me avergüenza que aquí se sepa bailar una sevillana y no una jota»


Todo arte puede definirse por la primera ley de termodinámica. De la misma forma que un escritor, hasta el más posmoderno de la facultad, es un eco de Homero o el Cantar de los Cantares, cualquier músico, incluso el más fosforescente del club, no hace sino transformar y transmitir lo que otros ya habían hecho antes de que él llegara. Todo fluye perezosamente a lo largo de los siglos, como si se tratara de un larguísimo baile de máscaras en el que, a veces, para no levantar demasiados susurros al atravesar el salón de los pasos perdidos, cambiaran los disfraces, pero no la intención última de quienes los llevan: 
«Las preocupaciones de la humanidad siempre han sido las mismas. Nos encanta que en una canción nos hablen sobre el amor. O el cotilleo: los romances de ciego contaban verdaderos dramas que te hacían olvidar el día a día».

Nada cambia demasiado.
Se refleja en el repertorio. Cantamos lo mismo que cantaban hace cien años y funciona. La raíz en Castilla y León es muy rica, mucho más que en otras comunidades. Ahora hay una mirada hacia atrás, pues lo auténtico es lo que gusta. 

A veces la vuelta a la raíces es una excusa para asuntos bastante menos divertidos.
Veo por dónde vas. A los que nos dedicamos al folclore nos gusta mucho nuestra tierra, nos sentimos muy identificados con ella y por eso cantamos esta música tan maravillosa. Sentimos nuestra identidad, pero sin ser excluyentes.

De hecho, el folclore es todo lo contrario.
En Castilla y León hemos acogido todo lo que venía de fuera. Y nos gusta mucho que vengan a tocar músicos de todo el mundo. En otras comunidades son más cerrados. Hay que escuchar y ver lo que hacen en otros sitios para poder aprender.

Tal vez sea la mejor forma de conservar el patrimonio: abrirse al mundo.
Hombre, los músicos tradicionales queremos conservar ese patrimonio no visible de nuestra tierra. Es muy importante para los que vienen detrás. Si tenemos en cuenta que en Rusia o Estados Unidos también hacen música con cucharas… Todo va y viene.

Y por eso emocionan un blues o una mazurca.
Ahí tienes la jota, que es un ritmo universal. La escuchas en Jaén o en Orense y la bailas igual. Al final, todo el mundo canta los mismos romances, aunque lo haga en catalán o en euskera. Son más cosas las que nos unen que las que nos separan. La música puede ser un punto de unión, aunque algunos políticos la usen para todo lo contrario…

¿Cuesta popularizar estas músicas?
No es fácil, no. Por eso, en ocasiones, sentimos la tentación de hacerla más vendible. Pero esta música hay que hacerla porque te gusta. Luego hay que acercarla para que la gente la pueda conocer y para que un chaval pueda decidir si le interesa aprender a tocar una pandereta.

¿Hay que asumir que es una vocación minoritaria?
No necesariamente… El objetivo no es llegar a las masas. Me da igual que mi música apenas aparezca en la televisión. Hay que vivir dignamente de tu trabajo, hacerlo bien y pasártelo lo mejor posible.

Que ya es todo un logro.
Y un privilegio, dados los tiempos que corren. No pretendo hacerme rica con esto. En la cultura siempre ha habido crisis, pues en nuestra tierra se la ha considerado algo secundario, cuando, en realidad, es un motor de la sociedad.

Eso también es universal: la crisis.
Al año solía hacer más de cien conciertos. Ahora ha bajado bastante. Hacemos cerca de sesenta. Pero seguimos haciendo lo que tenemos que hacer en el escenario, hayan ido cien o diez personas. Eso es algo que sólo te dan las tablas...

La vallisoletana Vanesa Muela tiene claro que la modernidad es sólo el nombre que dan los medios a la tradición, para que así cuenten en su Twitter con más followers. Durante nuestra charla, la jovencísima folclorista habla con la misma pasión y destreza con la que interpreta la rica música tradicional de Castilla y León. Trabajadora e inquieta, además de poseedora de una viva inteligencia, ha dado ya más de tres mil conciertos, pues lleva metida en el negocio desde que era una niña. Como le encanta lo que hace, aparte de tocar todo tipo de instrumentos, desde cucharas a panderetas, imparte charlas en los colegios. El CSIC reconoció su carrera con el  Premio Nacional de Etnología «Cultura Viva». Y sigue viviendo en Laguna del Duero, tal vez porque en cualquier pueblo se contiene todo el universo. Hasta en una brizna de hierba:   
«No es fácil quedarse. En otras comunidades ayudan mucho a los músicos tradicionales, mientras que aquí andamos algo abandonados. Si quieres vivir de esto, como de  otras cosas, al final te tienes que marchar. Ya te lo decía antes: soy una privilegiada…»

¿Cómo empiezas a interesarte por la música tradicional?
Por mis padres, que siempre han sido grandes amantes de la música tradicional, así como del baile. Empecé bailando a los cuatro años, en el grupo de Coros y Danzas Arienzo, de Valladolid. Allí se dieron cuenta de que tenía muy buen oído y muy buena memoria. Y empecé a cantar.

Es decir, que hay una parte genética.
Mi padre tenía muchísimos discos de folclore. Nos llevaba a ver festivales y escuchábamos música constantemente. De pequeña me cargué varios tocadiscos, hasta que supe usarlos. Hay una foto mía ya con cascos en la que debo de tener unos dos años…

¿Te sentías una niña especial?
Cuando eres pequeño, eres el centro de atención, el protagonista. La gente se quedaba impactada cuando me escuchaba cantar o tocar instrumentos. Así que sí que me sentía especial. Pero hasta los once años no me di cuenta de que esto era lo que quería hacer siempre…

Te subiste a un escenario con seis años.
En el Colegio San Viator, de Valladolid. Recuerdo que me encargaron dar un par de ramos de flores a unas señoras del grupo, al final del concierto. Pero me los quedé yo. Tuvo que subir mi padre a repartirlos. Estaba muy tranquila, sólo concentrada en la actuación.

Desde entonces más de tres mil conciertos. Ni U2.
Y siempre me lo paso muy bien en todos ellos. Es algo importantísimo, pues el público se da cuenta. Mucha gente me dice: «Si llego a saber que esto me hubiera gustado tanto hubiera ido a ver a otros grupos o me hubiera apuntado a algún curso a tocar algún instrumento…»

Es muy difícil llegar. Y más aún mantenerse.
Está claro que me he perdido ciertas cosas. Quería salir con las amigas de fiesta y me tenía que quedar en casa porque no podía permitirme estar cansada en el concierto del día siguiente. Son cosas que he dejado en el camino…

El personal olvida lo que cuesta pasarlo tan bien.
Llevo diez años recogiendo la cosecha y el aprendizaje de recorrer los pueblos.  Acompaño a mi padre o a mi hermano, montamos el escenario, buscamos el sonido, actuamos y luego recogemos para hacer trescientos kilómetros de vuelta a casa. Es un esfuerzo tremendo.

Aunque te ha dado tiempo para licenciarte en Historia.
Me gusta el pasado. Además, hay que conocerlo para poder pensar en el futuro y hacer bien las cosas, sin cometer los mismos errores. Quizá sea lo que más me gusta de la historia: aprender de ella.

¿Cómo se equilibran la humildad y el orgullo?
Como artista, tienes una parte exhibicionista, que todos compartimos, en mayor o menor medida. Pero sólo debe servir para subir a un escenario. Por eso es tan importante estar contento con lo que haces. Eso te asegura la humildad.

Y la satisfacción de hacerlo bien es única.
Mira, la voz es un instrumento extremadamente sensible. Y el día que estás mal de ánimos o te hallas enferma, sufre muchísimo. Ese día cantas peor de lo que deberías, la gente nota tu estado y te sientes fatal. Cuando sale bien, cuando adviertes que la gente se lo ha pasado en grande, es maravilloso.

¿Hay grandes diferencias musicales entre cada provincia de Castilla y León?
Muchísimas. Hablamos de la Comunidad más grande de Europa. No tiene nada que ver lo que se toca y se canta en el Bierzo, más gallego, con lo que se hace en el sur de Ávila, que se parece a la tradición de Extremadura o Castilla- La Mancha. O lo que se hace en Soria, que tiene un toque maño.

Eso significa, en definitiva, mayor riqueza.
Como yo canto de las nueve provincias, me da mucho juego porque tengo un repertorio muy diverso, que incluye muchísimos instrumentos. Es lo que permite que los conciertos sean tan variados.

Otra riqueza es la del castellano que manejas en tus canciones…
Me gusta defender mi lengua, que es riquísima y que se está degradando. Cada vez hablamos y escribimos peor. Y olvidamos que nuestra lengua es un valor que compartimos millones de personas. En las canciones hay muchas palabras antiguas que ya no se usan, pero que son tan hermosas…

Tocas muchísimos instrumentos.
Entre otros, la darbuka, que es como un tambor que tocaban los árabes. También usamos conchas o carajillos, que son con los que tocaba antes la gente mayor. Era gente que no sabía leer o escribir y sin embargo sacaba sonidos extraordinarios con una simple cuchara…

Eso se lo contarás a los chavales, en los colegios.
Claro. Les encanta. Sólo en Laguna tenemos seis escuelas.  Voy rotando por ellas, enseñando los instrumentos, los bailes… Los niños se lo pasan estupendamente. Por ejemplo, bailando una jota, que es dificilísimo…

Creas afición desde abajo.
Exacto. Me da vergüenza que la gente de nuestra tierra sepa bailar una sevillana, pero no una jota. Y la prueba de que funciona es que luego, en cuanto salgo a la calle, todos los niños me siguen…

¿Cómo ves el problema de la piratería?
A ver, tengo dos pensamientos. No me importa que mis discos estén colgados en internet. Mi obra llega a más gente, además de popularizarse así la música tradicional. A la vez, sé que la propiedad intelectual es una propiedad como otra cualquiera y se tiene que proteger…

Te concedieron el Premio Nacional de Etnología «Cultura Viva»…
Me hizo mucha ilusión. Es la primera vez que se lo dan a una cantante de música tradicional. Recuerdo que todos los demás premiados era gente muy mayor, con trayectorias muy sólidas.
Y estar ahí, con veintisiete años… En fin…

Tenías méritos de sobra.
Lo más fuerte es que no daban con mi teléfono. Llamaban a la Junta de Castilla y León para informarles de que iban a dar a una castellano y leonesa un premio nacional y tardaron un mes en localizarme. Esa es una muestra de nuestro carácter…

¿Hablas de cierta dejadez, incluso ingratitud?
Ese tipo de carácter todavía, sobre todo en algunas personas, es muy visible. La gente es encantadora y es noble, pero a veces peca de cerrada, de cuidar poco lo suyo. Eso nos pasa a todos. 

¿Esa forma de ser sigue existiendo?
Puede que suene a estereotipo, pero es real. Lo he comprobado en mis viajes. Somos tímidos, recios, nos cuesta mostrar nuestros sentimientos. Podemos estar en un concierto con los cinco sentidos, pero nos cuesta mucho salir a bailar. Nos da vergüenza por el qué dirán, me parece…

¿Y la parte buena?
Que es la más importante…  Tenemos nobleza. Si haces alguna amistad con un castellano y leonés, es para toda la vida… Ahora, no creo tanto en los estereotipos como en las personas.
Al final, hay de todo.

En el carácter influyen la orografía, el clima.
Hay comunidades de España en que ya tienes amigos para toda la vida a los tres minutos. Y no me lo creo. Sería impensable una Semana Santa en la que gritásemos «guapa» a la Virgen. Nuestro clima nos hace volvernos más hacia nosotros, ser más recogidos. Es difícil hacer vida social por las noches, con tanto frío.

También, como antes, existe otra parte buena. 
Quienes vivimos en Castilla y León tenemos una calidad de vida muy alta. La Comunidad ha mejorado muchísimo, es indudable. Sin embargo, habría hecho falta que los políticos hubieran creado opciones para que la gente no se tenga que ir, como está pasando…

¿Ha faltado pensar en Comunidad?
Es probable. Ten en cuenta que es muy difícil aunar el sentimiento de nueve provincias tan grandes. Como hablábamos antes, somos de por sí muy independientes, muy nuestros. Eso también juega en nuestra contra…

Queremos ser tan modernos que nos volvemos viejos en el empeño. No nos enteramos de que las buenas canciones populares nos hablan de lo que importa. Por eso todavía nos conmueve escuchar a Agapito Marazuela o Faustino Santalices. Es más: basta una simple percusión tocada por Vanesa Muela para que algo atávico se agite en nuestro interior. No hay tanta diferencia entre Lady Gaga y Bessie Smith. Todos seguimos queriendo más o menos lo mismo y a todos nos espera el mismo final. Eso también tiene que ver con la física. Y es algo que no desconoce una castellano y leonesa por derecho como ella. (LA RAZÓN, Castilla y León)


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